Montar en bicicleta representa un riesgo, es cierto, pero el hecho de estar vivo ya representa un riesgo en sí, cualquier cosa puede pasar al azar, ya sea un accidente de tránsito o una simple caída en el baño.
La bicicleta parece ser un vehículo vulnerable en la vía porque es liviana, delgada y pequeña, y porque el individuo que va montado en ella, al momento de un impacto no tiene otro amortiguador que su propio cuerpo.
Sin embargo, de prevenciones no puede vivir el hombre, si así fuese aún viviríamos en las cavernas viendo las representaciones de lo que es el mundo exterior, pero sin permitirnos conocerlo y explorarlo.
La práctica hace al maestro, se trata de perfeccionar la técnica, las condiciones y hacer que cada vez el viaje sea más fácil y placentero.
La bicicleta es más antigua que los automóviles, helicópteros y submarinos, y aun así en las calles de Medellín, las personas se sorprenden al ver a alguien montando. Se quedan mirando como detallando, a veces echan piropos o gritan palabras de ánimo.
Estoy segura de que muchos se quedan pensando en la que tienen guardada en casa. Mientras me ven pasar por el paradero, se preguntarán ¿si ella puede, por qué yo no?
Todos podemos, es lo que le dije a mis amigos que convencí, y que ahora también montan. El ciclista es actitud, si demuestras seguridad y confianza en las decisiones que tomas, los demás lo notan.
No se trata de llegar al punto agresivo, sino de hacerse ver y que los demás comprendan que también vas ahí, en esa danza en la que todos se mueven pero ninguno se debe tocar.
Lo que pasa es que el sedentarismo y la pereza siguen ganando, muchos prefieren oprimir el acelerador mientras la barriga crece. Tal vez porque es más cómodo, que tener que enfrentar una pendiente que pareciera no tener fin.
Pedalear duele, al principio sientes cómo los músculos se revientan o se queman, es una sensación extrema, te lleva al límite, pero si soportas el dolor, el cuerpo se va acostumbrando a la exigencia y cada vez duele menos.
Luego, cuando no montas, las piernas te piden que las ejercites, que las lleves al mismo punto y les exijas aún más.
El cuerpo es altamente agradecido y efectivo, pero lo menospreciamos mientras acumulamos carbohidratos; desaprovechamos sus grandiosas maravillas.
Una bici sin alguien que la monte es un objeto inanimado, es el ser humano que va a arriba es quien hace de ella una herramienta valiosa, un corcel, una nave.
El motor está en el cuerpo y en la tenacidad, en las ganas de llegar. El ciclista es perseverante y aunque a veces llore de frustración o cansancio, al final del día cuando llega a casa siente su cuerpo transpirar, su corazón latir, el calor que lleva adentro, porque está vivo, porque es energía.
No necesitamos petróleo para llegar a donde queramos, las piernas llevan la emoción enresortada.
Aunque la bicicleta representa una opción saludable, económica y amable con el ambiente, la razón por la que monto es porque me hace feliz. Una buena canción, un rayo de sol que te acaricie la piel, el paisaje que quieras recorrer. Soy consciente de mí cuerpo y de mis capacidades.
Más capítulos de esta crónica:
III. Entre el pavimento y el cielo
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