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Sin bien montar en bici resulta apasionante y podría decirse que adictivo, no es una actividad que todos estén dispuestos a realizar. Si algo me ha quedado claro desde que comencé, es que aunque suene a cliché: el que quiere puede y el que no quiere simplemente saca una excusa , es que no le interesa.

Entre el querer y el poder hay una cuota alta de esfuerzo;   más en una ciudad como Medellín en la que aún falta cultura, tanto de los demás  actores de la vía como del propio ciclista. Falta conocimiento técnico así como políticas y énfasis en educación sostenible.

Una cosa es cantar y otra es cantar afinadamente, de la misma forma la acción física de montarse en la bicicleta y avanzar sosteniendo el equilibrio, es relativamente fácil, casi todos en la vida hemos dado al menos algunas pedaleadas. Otra cosa es hacer de la bici un vehículo que más allá de ser recreativo, sea un medio de transporte.

 

El relieve del Valle de Aburrá es plano en la parte baja (río y llanura) y presenta variaciones de pendientes entre moderadas y fuertes hacia los costados Este y Oeste. Vivo en medio de montañas, las partes más planas se encuentran hacia el centro, de resto o se sube o se baja.

Los ciclistas disfrutamos del “descuelgue” que es bajar las calles empinadas y nos enfrentamos a subir esas  mismas lomas. En el primero, la herramienta maestra es el freno, en la segunda la fuerza y resistencia de las piernas aseguran el éxito.

En cuanto a excusas para no montar en bici hay una gran variedad, van desde las largas distancias, la comodidad, el estatus, la belleza (más que todo en el caso de las mujeres) y el qué dirán.

El imaginario colectivo tiende a dos cosas:  la primera, que la ciudad es demasiado insegura como para lanzarse de una forma tan vulnerable a la vía y la segunda, que las bicicletas son solo para quienes no pueden tener vehículos motorizados. Aunque ambas afirmaciones estén en las creencias de muchos, no son del todo ciertas.

En Medellín se realizan miles de viajes diarios en bici, pero éstos solo corresponden a menos de 1% del total de recorridos. Si comencé  a montar en bicicleta fue principalmente porque estaba aburrida y cansada del transporte público.

El ahorro de dinero es monumental,  en vez de pagar hasta cuatro y cinco pasajes en un mismo día, no pago nada. Pueden pasar semanas enteras en las que no gasto un solo peso en algo que debo hacer todos los días como lo es transportarme.

Los buses  definitivamente no son mis vehículos favoritos, el pasajero está sometido a lo que otro quiera hacer del viaje y del ritmo. Uno con afán y que el conductor del bus vaya a 3 Kilómetros por hora es desesperante, además tener que escuchar la historia repetida de vendedores y evangelizadores  que se montan en un mismo recorrido.

La calle es pública y cada cual con su comportamiento desempeña un rol y ocupa un lugar. Al principio creí que con los que era más difícil compartir la vía,  era con los grandes: camiones, buses y  tanques,  que aunque intimidan y te hacen vibrar hasta la pintura  (mientras uno se imagina debajo las llantas).

La realidad es que son los peatones los más imprudentes y atravesados, salen de cualquier lugar y pasan las calles como si fueran inmortales. No tienen sentido común, no les basta con que en todas las calles haya aceras, sino que transitan libre y desprevenidamente por las ciclo rutas sin importar que estén hechas para las bicicletas y no para ellos. Es ahí donde aplico mi filosofía Samurai : los esquivo mientras en mi mente imagino que desaparecen.

 

Más capítulos de esta crónica:

I.Cerati, mi escuela

III. Entre el pavimento y el cielo

IV. La nave y sus mil botones

V. El tripulante

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